domingo, 21 de agosto de 2016

MARIA ROSA PEREZ LANCE, in memoriam.

Nuestra hermana María Rosa Pérez Lance falleció el pasado lunes 15 de Agosto: "se la llevó la Virgen". Muchas han sido las visitas, la gente que la ha recordado. Los últimos años de su vida en la selva los ha pasado en Sta. Rita de Castilla, y vivían "codo a codo" con los padres agustinos Miguel Ángel Cadenas y Manolo Borjón. Ellos, hoy han querido recordarla con este In Memoriam. Gracias, Manolo y Miguel Ángel.
Varios han sido los lugares donde pasó su vida. Dos de ellos situados en el río Marañón y ambos en el departamento de Loreto. En primer lugar, San Lorenzo, en la provincia de Datem del Marañón. El segundo, Santa Rita de Castilla, en el distrito de Parinari, provincia de Loreto. La vida de Rosa fue una entrega generosa al servicio de las poblaciones indígenas.

Rosa era de profesión enfermera y de vocación misionera. Pertenece a una congregación enteramente dedicada a la misión: Compañía Misionera del Sagrado Corazón de Jesús. Es una de esas congregaciones de mujeres que se sitúan ajenas al poder y residen en lugares lejanos, apartados, donde la vida se palpa día a día y donde la muerte llega en cualquier momento. Congregaciones como la de Rosa no miden las vidas en eficacia económica o autorrealizaciones, influencias y éxitos pastorales. Por eso nos pueden recordar que los valores evangélicos siguen siendo genuinos y son posibles de vivir en nuestro mundo.

Rosa, junto con otras hermanas como Fetucha y Gertrudis, entre otras, pusieron su talento al servicio de los botiquines comunales, la preparación de promotores de salud, movilizadoras (salud materno-infantil) y parteras tradicionales. Sólo Dios sabe cuántas vidas han salvado en el Marañón. No siempre fue fácil. Con la hiperinflación del primer gobierno de Alan García los botiquines se tambalearon. Con el crecimiento económico peruano, a partir del nuevo milenio, se fueron asentando Postas y Centros Médicos en el Marañón que relegaron el trabajo comunitario. Se profesionalizó la salud y se despreció el capital humano de promotores de salud, movilizadoras y parteras que poco a poco fueron relegados hasta desaparecer.

No faltan quienes piensan que la salud y la educación son tarea del Estado y durante mucho tiempo lo dejó en manos de las iglesias, para que les sirviera en su tarea evangelizadora. Ya hace años que está en manos del Estado. La pregunta es pertinente: ¿están ahora mejor atendidos? No tenemos una respuesta clara. Nosotros también consideramos que es el Estado quien tiene que proveer estos servicios. Lo que no nos convence es que la atención que presta sea excesivamente deficitaria. Los doctores y enfermeras no quieren “ir al río”, porque el Estado no les proporciona condiciones mínimas. Cuando lo hacen es para cumplir con el requisito del SERUM y al año desaparecen. Dejando de nuevo el Centro de Salud a merced de quien necesite el requisito del SERUM para promocionarse.

Rosa, y tantas personas de iglesia que como ella han trabajado en salud, tenían un plus que no pueden entregar los funcionarios: amor. Porque hay que tener amor para viajar toda la noche con un enfermo y al día siguiente realizar el trabajo como si no hubiera sucedido nada, sin quejarse. Hay que tener amor para no cobrar ningún sueldo y estar 24 horas diarias disponible a que llamen a la puerta en cualquier momento. Hay que tener amor para saber callar cuando un enfermo te dice que le duele la cabeza porque se ha vestido con la ropa de su hermano. Y sobre todo, hay que tener amor para gastar la vida en el Marañón con la única esperanza de hacer más humana la vida de aquellos que, teniendo derechos, no los pueden ejercer porque el Estado incumple sus propias leyes. Y a los que temen la evangelización de la iglesia les invitamos a que se pasen por cualquiera de los lugares donde la iglesia atiende a “los pobres” (ni nos gusta ni nos convence esta palabra, si la utilizamos es por comodidad, para entendernos), para ver el proselitismo que hacemos. O tal vez ellos prefieran quedarse en esos lugares realizando la tarea para que sea “superflua nuestra presencia”.

Rosa, como toda monja que se precie, era tozuda. Cuando pensaba que tenía razón no había nada que la hiciera abandonar. En una oportunidad el jefe de salud de la DIRESA (Dirección Regional de Salud) le había prometido que enviaría un doctor a Santa Rita de Castilla y construirían un nuevo Centro de Salud, dado que se lo había llevado el barranco. El director en cuestión, que era su amigo, llegó a Santa Rita y allí estaba en el puerto Rosa esperándole para increparle públicamente que no había cumplido su palabra. La gente se reía en el puerto. Para Rosa daba igual si una persona era indígena o el ministro de salud. Cuando tenía que decir algo, le quemaba por dentro y lo decía con la libertad de las personas que no tienen nada que perder y defienden los derechos de otros.
La última vez que te visitamos en Lima ya estabas muy delicada. Sin embargo, no te quejabas y agradecías la visita. Posterior a esa visita pasamos dos veces por Lima, pero estábamos demasiado ocupados en nimiedades. Ahora nos pesa, no nos pudimos despedir. Que sepas perdonar a estos hermanos tuyos que no han sabido estar a la altura y, desde la presencia de Dios, ruega por esta iglesia que todavía peregrina para que sepamos dar lo mejor de nosotros al servicio del Reino.
Todavía recordamos cómo llorábamos cuando nos curaste la herida de la leishmaniasis arrancándonos la carne muerta, topando de vez en cuando en carne viva. Pero más te recuerda Claudio un promotor de salud que promoviste para Técnico Sanitario; Abrahám, un evangélico que te respeta desde lo más profundo; o Panchita, una paciente de tuberculosis, que desde el cielo recuerda las pastillas o la comida que le dabas cuando la necesitaba; o “los niños” de Leoncio Prado que llevaste a Lima para algunas operaciones; o las gentes del Urituyacu cuando llegabas para escucharles o consolarles. Aunque tampoco se olvidarán de una noche que pasaste perdida en el Marañón, en medio de una tormenta, llevando las vacunas para los niños del Marañón y del Urituyacu. O cuando se hundió el emponado en la noche en el botiquín de Alianza, o rezando ante un moribundo. O las veces que exigías a los funcionarios del Ministerio de Salud atención durante la epidemia de cólera en los 90 o las reuniones interminables para conseguir que los promotores de salud dispusieran del tratamiento de malaria…

Mucho has trajinado en la vida, siempre al servicio de los demás. Que los pecados propios de la debilidad humana sean perdonados por el Dios de la misericordia. Y “que Dios te reciba en sus benditas manos”, como se dice en el Marañón. Rosa Pérez, descansa en paz.
Manolo Berjón
Miguel Ángel Cadenas
Parroquia Inmaculada - Iquitos

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