jueves, 26 de octubre de 2017

COMPARTIENDO LA VIDA CON UNA FAMILIA AWAJUN

 La hna. Gema Pèrez, nos comparte su experiencia de vida con una comunidad awajun del rìo Cenepa.

La semana pasada la pasé en una comunidad del río Cenepa, en casa de una familia amiga, con la finalidad de avanzar un poco en el conocimiento del idioma Awajun y de su cultura.
Es una riqueza y una Gracia tener la oportunidad de compartir con esta gente, sus vidas, sus alegrías y problemas, sus valores que todavía perduran, como el valor del compartir y, como dicen ellos, “no ser mezquino”.

Un descanso, por favor!!!


Me vinieron a buscar a mi comunidad, Huampami, el domingo por la tarde y nos desplazamos por río, en “peque” rumbo a la comunidad de San Antonio, que está como a unos 20 minutos.

Camino de la chacra, cargadas

Ya era tarde cuando llegamos, pero había luna. El baño fue a la luz de la luna en un camino de paso donde había una tubería rota: “no tenemos ducha pero llega agua entubada…”.  Este fue el primer momento en que di gracias a Dios por la oportunidad de vivir y disfrutar de las cosas sencillas, como un baño con una mini palangana a la luz de la luna.

En el taller de artesanía, con las mujeres

Ya era de noche. En las horas de las comidas se comparte lo que hay con quien llega. Todos comen si hay comida. Conversación, compartir, un poco de masato y hasta el día siguiente…
Amanecieron tempranito y el cabeza de familia ya estaba trabajando en cosas de la casa: el cerco de las gallinas estaba malogrado. Con paciencia y pericia fue tapando los huecos, pues las gallinas de las vecinas estaban muriendo por peste y no convenía que las suyas se contagiaran. Son su sustento, nada es al azar.

Artesanas y artistas las mujeres awajun

Este día era día de chacra: “No está lejos, pero hay que subir, bajar, volver a subir y bajar hasta llegar. Al regreso vamos a sufrir…” ¡Esa subida era tremenda en realidad! El corazón parecía que ya se salía del pecho, y eso que iba sin carga, solo con mi cuerpito y un bastón improvisado por el camino. Tras más de una hora de subida, llegamos a la chacra, en la que había un tambito donde descansamos un rato (unos más y otros menos). En seguida se pusieron a trabajar: buscar frutos y comer cocona, buscar y sacar yuca, básicamente, deshierbar…

Me cuentan el mito de Ipak en vivo, aunque no recuerdo quién empezó a pintar primero...

Y regresamos, esta vez cargados. Ellos llevaban una changuina cargada de yuka y cocona que pesaría 20 kg aproximadamente. Ahí comprendí el “al regresar vamos a sufrir”. Están muy acostumbrados al trabajo duro y al sufrimiento. Forma parte de sus vidas y es su medio de subsistencia: la chacra es la despensa, donde tienen sus alimentos, y la mayoría está algo alejada de la comunidad. No hay carreteras, no está el río cerca…hay que caminar y cargar. Acostumbrados a sufrir.

Hemos comido pollo en todas sus variedades. La cocina de las tías...

Tras otra hora de camino nos bañamos en el río, ya habiendo dejado los víveres en la casa. La tarde ya podía ser de relativo descanso, porque en realidad, nunca dejan de hacer cosas.
Por la noche, con la luna llena, había un pájaro que cantaba. Es un canto de selva y empecé a preguntar quién era, qué animal cantaba así…”Auju”, me dijo la niña. Yo no entendía nada, parecía que me estaba contando un cuento… efectivamente, Auju fue persona, era la esposa de Nantu (que era la luna), Nantu era varón. La historia termina con que Nantu se va al cielo y Auju queda en la tierra, sin poderle seguir. Cuando hay luna llena Auju canta a la Luna, Nantu. Así, después de cenar, nos fuimos a dormir, con Nantu y Auju que esa noche no dejaba de cantar.

Por el Cenepa, en busca de la chacra, esta vez junto al río, no hay que caminar, solo remar...

El día siguiente lo pasamos en la comunidad, aunque descubrí el taller de artesanía de las mujeres, que elaboraban sus vasijas mientras contaban sus cosas y se reían de todo, empezando por las apach (no aguajun) que no sabían hacer una línea recta con un trozo de arcilla. Son ágiles para sacar un canto con alguna anécdota que esté sucediendo y así, nos pusimos a cantar: “Mina pining menkekau, ya jukime” (mi pininga desapareció, quien se la llevó), porque mientras dejé el intento de pininga para que se secara, las señoras la adhirieron a otra que estaba en mejor estado y al regresar yo, ya no había pininga. Entre risas cantamos esa canción.

Regresamos con productos de la chacra para varios días

AL regresar fuimos a buscar suri, que es una larva que crece cuando tumban un palo de palmera, sacan su chonta y hacen unos cortes donde el insecto en el que se convertirá el suri, pone sus huevos. El resultado es un rico gusanito, pura proteína vegetal. ¡Kiakiatu! (¡Mantecoso!).

Suri!!!! Mantecoso, delicioso plato típico de selva. Recién cogidos!!

Los niños llegaron por la tarde con otro cuento que habían aprendido en la escuela, esta vez eran Ipak y Sua, que se convirtieron en el achiote y en el tinte que usan para el pelo. El achiote es el fruto del que sacan la pintura roja con la que se pintan en determinados acontecimientos. Ya imaginan cómo terminamos, porque trajeron ipak, para que yo supiera lo que es (que ya sabía)…


Quemando una canoa, uno de los últimos pasos de la construcción de la canoa

Y así transcurrieron los días, entre la casa y las chacras, las conversaciones por la noche, los partidos de fútbol y vóley por las tardes y las múltiples anécdotas de cada día.
Pero una de las cosas que más me impresionaron fue el último día. Ya dije que entre esta gente cuando se come siempre el que llega encuentra comida. Se comparte lo que hay. Lo vi desde el primer día. Pero la última noche fue más especial. Ya nos habían servido a todos los de la casa y empezábamos a cenar, y llegaron varios, entre ellos la nieta mayorcita y su padrastro. El padre preguntó por lo bajo si había comida y su mujer dijo que no. Entonces ella fue tomando una cucharada del plato de cada uno de los adultos y completó un plato para el adulto, otros para los niños y a la nieta su abuelo la sentó a su lado y la puso a comer de su plato…Luego llegaron más y de nuevo se repitió la operación. Me emocionó vivir esto. Lo que hay se comparte. Todos comen si hay comida.

Y para terminar dos anécdotas que sucedieron la última noche. La primera es que la perrita se puso de parto a la una de la madrugada, y, claro, toooodos participaron. La segunda es que, un par de horas después se escuchaban gritos por la comunidad: “ikamia” y fueron comunicándose “a grito pelado”, hasta que ya todos en la casa se levantaron (las tres y punta de la madrugada) y empezó un movimiento por la comunidad como si fueran las 8 de la mañana. Finalmente me levanté y pregunté qué sucedía. Un tigre, otorongo, apareció en el cercado de uno de los comuneros, pasó la voz, así, gritando por la noche, y ya se pusieron todos en movimiento para cazar al otorongo… que se les escapó, claro.

La perrita, Pila, se puso de parto....

Este es un pequeño esbozo de una experiencia de convivencia con una familia awajun del río Cenepa. Me he sentido en mi casa, acogida como una más de la familia. Me han abierto las puertas de su casa y me han permitido ver cómo viven, cómo comparten, sus alegrías y sus problemas también (que nunca faltan), sus valores y antivalores.

Doy Gracias por esta oportunidad, por la apertura, por el compartir y sobre todo, por tanto que me enseñan de la vida, del compartir. Los pobres son quienes pueden enseñarnos a compartir de verdad, porque comparten lo que tienen, dan se su plato, su propia comida. Eso es Evangelio.

Hasta la próxima experiencia!!!!

 

Gema Pérez Jover

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