rECORDAMOS A LOS CATEQUISTAS, PORTADORES DE MISERICORDIA
MIÉRCOLES, DICIEMBRE 16, 2015
Dios es como una gran montaña de misericordia. La misericordia es de Dios y la practica Dios incansablemente con nosotros todos los días: Todos los días nos quiere, todos los días nos perdona, todos los días nos levanta de nuestra postración. Su misericordia es grande, su misericordia es inagotable, su misericordia es para siempre…
Los salmos de la Biblia nos enseñan a gritar y a cantar que así es Dios. Y Jesucristo, en su persona y en su actuación, es la transparencia de esa misericordia de Dios. Por él conocemos que creer en Dios no es saber que Dios existe, sino experimentar que Dios es todo misericordia. Y así, cuando decimos que Dios es todopoderoso, no estamos diciendo que él puede hacer a su capricho lo que quiere, sino que su bondad y su misericordia no hay quien las pueda derribar, porque él es y será siempre bueno y misericordioso.
En el mundo hay mucha gente sin misericordia: abusan, acaparan, desprecian, matan, se aprovechan de los que son menos y pueden menos. Y las guerras y la corrupción y las desigualdades y la violencia… reflejan que esa gente sin misericordia crea redes consistentes y permanentes con las que asfixian a los otros. Pero Dios no se queda indiferente ante esa maldad.
Dios no acapara para sí su misericordia sino que nos da a nosotros su Espíritu para que tengamos un corazón como el suyo que busca la bondad, la justicia y la defensa de los que son abusados y abandonados. Por eso hay también por todas partes muchas personas que rebosan misericordia. Esas personas caminan con Dios y hacen brillar cada día el bien a su alrededor. Y las comunidades de la Iglesia tejen también redes consistentes de esfuerzos de unos y de otros para que no se apague la llama de la misericordia de Dios. La bondad de Dios no ha desaparecido ni desaparecerá de la tierra, porque el Espíritu de Dios la recrea permanentemente.
En las aldeas y poblados de los lugares donde se forman ahora nuevas comunidades cristianas, están los catequistas que reúnen al conjunto de su comunidad para escuchar la palabra, para orar juntos y para atender con la aportación de todos a los enfermos y necesitados de esas comunidades. Los catequistas son hombres y mujeres del lugar escogidos para ser puestos al frente de su comunidad y hacer de guías y de orientadores entre sus hermanos. En las situaciones de conflictos violentos tan frecuentes en esos ámbitos, los catequistas son los líderes que ayudan a perseverar a sus hermanos, y muchos de ellos han sellado con su propia sangre la firmeza y la fidelidad en el bien de su comunidad. Donde no hay buenos catequistas las comunidades se desintegran y sus miembros terminan dispersándose o vinculándose a otras confesiones. Donde hay buenos catequistas, la comunidad permanece unida porque ellos son los garantes en esa comunidad de que el Evangelio sigue allí siendo proclamado y hecho vida. Donde hay buenos catequistas las comunidades se desarrollan bien y aumenta el número de los cristianos en la misma.
Las iglesias en misión saben que tienen que cuidar la preparación de sus catequistas en jornadas y talleres de formación porque los catequistas son los animadores de la fe de sus hermanos; y saben que tienen que acompañarles, apoyarles y velar por su crecimiento espiritual porque en sus vidas se han de reflejar el amor y la misericordia de Dios de la que ellos son portadores.
Los misioneros sacerdotes caminan de un lugar a otro, de un poblado a otro, pero saben que en esas comunidades quedan los catequistas al frente de sus hermanos. Que no falte el catequista al frente de cada comunidad en los lugares de misión. Esta Campaña de Epifanía va encaminada a dar nuestro apoyo a esas comunidades nacientes y busca garantizarles la formación y la atención de sus catequistas.
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