CONVIVIENDO CON UNA FAMILIA AWAJUM EN LA COMUNIDAD DE PAISÁ, EN EL RÍO CENEPA, EN EL DEPARTAMENTO DE AMAZONAS. PERÚ.
Marta y Gema subiendo a la chalupa para ir a Paisá (Río Cenepa) |
Las hermanas Marta y Gema, religiosas_misioneras de la Compañía Misionera del Sagrado Corazón de Jesús, que viven actualmente en la comunidad de Huampami, nos cuentan su visita a la comunidad de Paisá, del río Cenepa.
Hace pocos días hemos regresado de nuestra visita a una de las comunidades aguarunas del río Cenepa (Condorcanqui, Amazonas, Perú) donde residimos normalmente. Ha sido una experiencia rica e interesante que merece la pena compartir.
Salimos una “expedición” de cinco (Marta y Gema, hermanas de La Compañía Misionera, junto con Pancho, nuestro etsejin itinerante –catequista- y dos de los hijos de la familia que nos acogería a nuestra llegada) rumbo a Paisá, pequeña comunidad que está a 3 ó 4 horas de trocha (camino) de distancia de Huampami (capital del distrito de El Cenepa), más un tramo en lancha.
Partimos temprano de Huampami, con una chalupa pequeña nos llevaron hasta Kusú, comunidad de El Cenepa desde la que empezaríamos a caminar, atravesando antes, por río un par de pongos algo complicados, con sus grandes rocas que surgen de la nada en medio del río y el agua, crecida, rompiendo sobre ellas en varias direcciones a la vez.
Marta y Juancruzando una quebrada para llegar a Paisá |
En cuanto nos dejó la chalupa, sin más dilación, nos pusimos a caminar. Amenazaba lluvia y el terreno estaba resbaloso, pero esto no fue impedimento. Es lo que hace la gente que vive por allá cada día.
Bien pronto empezaron las primeras caídas y nos fuimos embarrando poco a poco al principio y totalmente al final, cuando nos tocó cruzar un lodazal, con el barro hasta casi las rodillas; terminamos bañadas en el barro… El último tramo del camino fue ya lo mejor: atravesar el aguajal, una quebrada del río, crecidísima, a través de un
Gema, Juan e Isaias caminando por la trocha con mucho barro |
tronco y sucesivas tablas que estaban tan hundidas en el agua que no se veía por dónde poner los pies…Gracias a Pancho, que nos iba guiando indicándonos dónde caminar y tomándonos de la mano al cruzar los palos, pudimos llegar al otro lado.
Tras más de cinco horas de embarre, lodo y lluvia empezamos a ver las primeras casas. Nuestro aspecto debía ser muy llamativo, ya que iban surgiendo grupos de personas que salían a mirarnos y se reían al vernos pasar… Las fotos no hacen justicia de la realidad.
Al llegar a la casa de Juan e Isaías, los jóvenes que nos acompañaron en el camino, fuimos derechitas al río, para quitarnos un poco el barro de encima. Este tramo del río es muy torrentoso y la corriente es fuerte. Normalmente se escucha como un mar embravecido. Un poquito más limpias iniciamos nuestra convivencia con la familia de Juan e Isaías y con la doble sorpresa de que no nos esperaban…las comunicaciones fallaron y los mensajes que mandamos, no llegaron. Decidieron que nos quedaríamos en la cocina, donde ubicamos nuestras hamacas al anochecer, cuando ya todos se hubieron retirado. Y ha resultado ser un lugar privilegiado para quedarnos, la cocina, porque hemos descubierto que es lugar donde transcurre buena parte de sus vidas.
Marta y Gema felices de llegar a la comunidad de Paisá, embarradas, pero contentas |
Nos tocaron días de lluvia, así que permanecíamos todos juntos alrededor de la candela, conversando mucho, poniéndose al día Pancho con la familia que nos acogía.
Las mujeres trabajan mucho, todo el día. Desde bien temprano van a buscar agua, preparan el fuego y van poniendo la yuca, masato (que nunca falta en una familia aguaruna), sacha papa; también cuidan de los pequeños, que tampoco suelen faltar en ninguna casa; van a la chacra (su despensa) donde pasan la mañana y traen yuca, plátano,…Y conversan, conversan, conversan.
Otro de los días hicieron masato, bebida típica de estos pueblos, a base de yuca y gracias a estar en la cocina, pudimos participar de sus vidas, ver cómo es una familia por dentro, cómo viven, compartir lo que comen (muchas veces yuca, sacha papa, sacha papa y yuca…), escuchar sus larguísimas conversaciones, estar, simplemente estar, ver con qué cariño tratan a sus pequeños, cómo los educan, las tareas de las mujeres y las de los hombres…
respetados) con una típica casa aguaruna, ovalada, grande, de pona y hoja. Tuvimos que hacer hora y media de trocha para ir (y otro tanto de vuelta), lloviendo, claro, y al llegar nos añadimos a la mesa donde había yuca, masato, chonta, una sopita de lo que fuera…luego vino la conversación y más masato, también la candela, donde nos calentamos un poco
El último de los días organizamos una comida, conseguimos pescado de una cocha (compramos lo último que tenía el dueño) y las familias de la comunidad cristiana aportaron la yuca. Cocinamos en la casa donde estábamos, comimos juntos, unos en la mesa, otros en el suelo, con hojas de plátano como mantel. Tras la comida vinieron los juegos y el deporte.
Al día siguiente nos despedimos, cansadas pero contentas e iniciamos el camino de regreso, con lluvia y barro, que nos acompañaron también a la vuelta
Nos sentimos muy agradecidas por haber podido compartir estos días con esta familia, que nos ha dejado entrar en su casa, en su intimidad, compartir sus vidas desde dentro.
FELICITACIONES MARTA Y GEMA,
POR SER MISIONERAS QUE LLEVAN A JESÚS
A LOS LUGARES QUE NADIE LLEGA.
¡GRACIAS POR VUESTRA ENTREGA GENEROSA!
Tambièn me alegro mucho por su nueva experiencia. Dios abre los caminos hacia el compromiso misionero, lo bello es la apertura de las comunidades y Jesùs que alienta el caminar, sino serìa imposible estar allì. Un fuerte abrazo
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