¡Dios te salve María, Madre de Cristo y de la
Iglesia! ¡Dios te salve, vida, dulzura y esperanza nuestra!
A tus cuidados confío
esta tarde las necesidades de todas las familias, las alegrías de los niños, la
ilusión de los jóvenes, los desvelos de los adultos, el dolor de los ministros de tu Hijo, la esperanza de quienes se
preparan para ese ministerio, la gozosa entrega de las vírgenes del claustro,
la oración y solicitud de los religiosos y religiosas, la vida y empeño de
cuantos trabajan por el Reino de Cristo.
En tus manos pongo la
fatiga y el sudor de quienes trabajan con las suyas; la noble dedicación de los
que transmiten su saber y el esfuerzo de los que aprenden; la hermosa vocación
de quienes con su ciencia y servicio alivian el dolor ajeno; la tarea de
quienes con su inteligencia buscan la verdad.
En tu Corazón dejo los
anhelos de quienes, mediante los quehaceres económicos, procuran honradamente
la prosperidad de sus hermanos; de quienes, al servicio de la verdad, informan
y forman rectamente la opinión pública; de cuantos, en la política, en la
milicia, en las labores sindicales o en el servicio del orden ciudadano,
prestan su colaboración honesta en favor de una justa, pacífica y segura
convivencia.
Virgen Santa del
Pilar: Aumenta nuestra fe, consolida nuestra esperanza, aviva nuestra
caridad. Socorre a los que padecen desgracias, a los que sufren soledad,
ignorancia, hambre o falta de trabajo. Fortalece a los débiles en la fe.
Fomenta en los jóvenes la disponibilidad para una entrega plena a Dios. Y
asiste maternalmente, oh María, a cuantos te invocan como Patrona de la
Hispanidad. Así sea.
Beato Juan Pablo II
Zaragoza, 6 de noviembre de 1982
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