“Intensificar el espíritu misionero y el entusiasmo”, dice el Papa
Texto completo del discurso de Papa Francisco en el IV Congreso Misionero Nacional promovido por la Conferencia Episcopal Italiana
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy se levantaron temprano, ¿eh? ¿A qué hora? ¡A las 4! ¡Un poco exagerado! Felicitaciones al coro. ¡Muy bien! ¡Gracias! Los recibo con gusto en ocasión del Congreso Misionero Nacional de la Iglesia en Italia y agradezco a Mons. Ambrogio Spreafico por las palabras que me ha dirigido. Le dije: “Estén atentos, que nos los coma la ballena eh? Y él me respondió: “Eh, para Cristo la ballena es el dinero; es el Dios dinero. Es verdad, el Señor dice: “No se puede servir a dos señores”. ¿Eh? Es cierto. ¡Es sabio el obispo! El programa de su congreso se inspira en lo que el Señor le dijo al profeta Jonás: “Ve a Nínive, la gran ciudad”. Pero Jonás inicialmente huye. Se fue a España, por el contrario. Tiene miedo de ir a aquella gran ciudad, más preocupado por juzgar que por la misión que se le confía. Pero luego va a Nínive y todo cambia: Dios muestra su misericordia y la ciudad se convierte. La misericordia cambia la historia de los individuos e incluso de los pueblos.
Como dice el apóstol Santiago: “Los misericordiosos no tienen por qué temer al juicio” (Santiago 2, 13). La invitación a Jonás, hoy la sienten dirigida a ustedes. Y esto es importante. Cada generación está llamada a ser misionera. Llevar lo que tenemos dentro, aquello que el Señor nos ha dado. ¡Esto desde el inicio! Recordamos cuando Andrés y Juan encontraron al Señor y después de hablaron con Él esa tarde, por la noche. ¡Salieron entusiastas! Lo primero que hizo Andrés y Juan fue misionar. Fueron a lo de los hermanos y amigos: “¡Pero, hemos encontrado al Señor, hemos encontrado al Mesías!” E inmediatamente después del encuentro con el Señor, inmediatamente después, sucede esto.
En la Exhortación apostólica Evangelii gaudium hablé de la “Iglesia en salida”. Una Iglesia misionera no puede que ser “en salida”, que no tiene miedo de encontrar, de descubrir las novedades, de hablar de la alegría del Evangelio. A todos, sin distinción. No para hacer proselitismo, sino para decir lo que tenemos y que queremos compartir, pero sin forzar, a todos sin distinción. Las diferentes realidades que ustedes representan en la Iglesia italiana indican que el espíritu de la misión ad gentes debe convertirse en el espíritu de la misión de la Iglesia en el mundo: salir, escuchar el clamor de los pobres y de los lejanos, encontrar a todos y proclamar la alegría del Evangelio. Y las iglesias en Italia, las Iglesias particulares en Italia, han hecho mucho. Cada mañana en la misa en Santa Marta encuentro uno, dos, tres que vienen desde lejos: “Yo hace muchos años que trabajo en la Amazonía, que trabajo en África, que trabajo...” Tantos sacerdotes, muchas monjas, muchos laicos fidei donum. Ustedes tienen esto en la sangre, ¿eh? Es una gracia de Dios. Deben conservarla, hacerlo crecer y darla en legado a las nuevas generaciones de cristianos. Una vez vino un anciano sacerdote, era un poco... se veía que el pobrecillo era muy anciano y un poco enfermo: “¿Cómo está usted?” “Pero, antes de ser ordenado, desde hace 60 años estoy en el Amazonas”. Es grande esto: dejar todo. Repito una cosa que dije a un cardenal brasileño: “Cuando voy a la Amazonía – porque él tiene la tarea de visitar las diócesis de la Amazonía - voy al cementerio a ver las tumbas de los misioneros. Son muchos. Y pienso: ‘¡Pero estos pueden ser canonizados ahora!’” Eh, es la Iglesia; ¡son las iglesias de Italia, ustedes! ¡Gracias! ¡Muchas gracias!
Les agradezco por lo que hacen de diferentes maneras: como parte de las oficinas de la Conferencia Episcopal italiana, como directores de las oficinas diocesanas, consagrados y laicos juntos. Les pido que se comprometan con pasión para mantener vivo este espíritu. Veo con alegría junto con los obispos y los sacerdotes, muchos laicos. La misión es tarea de todos los cristianos, no sólo algunos. ¡Ah! También es la tarea de los niños, ¿eh? En las obras misionales pontificias, los pequeños gestos de los niños educan a la misión. Nuestra vocación cristiana nos pide ser portadores de este espíritu misionero para que se produzca una verdadera “conversión misionera” de toda la Iglesia, como he auspiciado en la Evangelii gaudium.
La Iglesia italiana - repito - ha dado numerosos sacerdotes y laicos fidei donum, que deciden pasar sus vidas para edificar la Iglesia en las periferias del mundo, entre los pobres y distantes. Éste es un regalo para la Iglesia universal y para los pueblos. Los exhorto a no dejarse robar la esperanza y el sueño de cambiar el mundo con el Evangelio, con la levadura del Evangelio, comenzando desde las periferias humanas y existenciales. Salir significa superar la tentación de hablar entre nosotros olvidando los muchos que esperan de nosotros una palabra de misericordia, consuelo y esperanza. El Evangelio de Jesús se realiza en la historia. Jesús mismo era un hombre de la periferia, de aquella Galilea lejana de los centros de poder del Imperio Romano y de Jerusalén. Encontró pobres, enfermos, endemoniados, pecadores, prostitutas, reuniendo a su alrededor un pequeño número de discípulos y algunas mujeres que lo escuchaban y lo servían. Sin embargo, su palabra fue el inicio de un punto de inflexión en la historia, el comienzo de una revolución espiritual y humana, la buena noticia de un Señor muerto y resucitado por nosotros. Y este tesoro, nosotros queremos compartir.
Queridos hermanos y hermanas, los animo a intensificar el espíritu misionero y el entusiasmo de la misión y a mantener alto su compromiso en las diócesis, en los Institutos misioneros, en las Comunidades, Movimientos y Asociaciones, el espíritu de la Evangelii gaudium, sin desanimarse en las dificultades, que nunca faltan y – subrayo una cosa - empezando por los niños. En la catequesis los niños deben recibir la catequesis misionera. A partir de los niños. A veces, también en la Iglesia somos tomados por el pesimismo, que arriesga con privar del anuncio del Evangelio a muchos hombres y mujeres. ¡Vayamos hacia adelante con esperanza! Los muchos misioneros mártires de la fe y de la caridad nos muestran que la victoria está sólo en el amor y en una vida dedicada al Señor y a los demás, a partir de los pobres. Los pobres son compañeros de viaje de una Iglesia en salida, porque son los primeros que ella encuentra. Los pobres son también sus evangelizadores, porque les indican aquellas periferias donde el evangelio debe aún ser proclamado y vivido. Salir es no permanecer indiferentes ante la miseria, la guerra, la violencia de nuestras ciudades, el abandono de los ancianos, el anonimato de tantas personas necesitadas y a la distancia de los pequeños. Salir y no tolerar que en nuestras ciudades cristianas haya muchos niños que no sepan cómo hacerse la señal de la cruz. Esto es salir.
Salir es ser agentes de paz, aquella “paz” que el Señor nos da cada día y que el mundo tanto necesita. Los misioneros nunca renuncian al sueño de la paz, incluso cuando viven en las dificultades y en las persecuciones, que hoy vuelven a sentirse con fuerza. He encontrado en días pasados a los obispos de Oriente Medio, también párrocos- dos - de las ciudades más, más afectadas por la guerra de Oriente Medio, estaban alegres en el servir a estas personas. Sufrían por lo que estaban pasando, pero tenían la alegría del Evangelio.
Que el Señor haga crecer en ustedes la pasión por la misión y pueda hacerlos testigos de su amor y su misericordia. Y que la Virgen María, Estrella de la Nueva Evangelización, los proteja y los haga fuertes en la tarea a ustedes encomendada. Pero también yo debo ser misionero y les pido, por favor, que recen por mí y de corazón los bendigo.
(Traducción del italiano de Griselda Mutual, RV).
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