sábado, 30 de agosto de 2014

SANTA ROSA DE LIMA PRIMERA SANTA AMÉRICANA

    30 de Agosto
  Día de Santa Rosa de Lima 
Este 30 de agosto es la fiesta de Santa Rosa de Lima, patrona de América, el Perú y las Filipinas. Sus obras y milagros han trascendido las fronteras de nuestra nación y sus devotos se multiplican en diferentes países y continentes. Una de las principales características de su vida fue el amor que desplegó por el prójimo. Ese es el rasgo más sobresaliente de una existencia llena de virtudes.

En pleno centro histórico de Lima, al inicio de la avenida Tacna, se encuentra el santuario de Santa Rosa de Lima. Allí, cada 30 de agosto, miles de fieles se congregan en torno a un pozo y arrojan una serie de peticiones escritas a mano sobre papel. La gran carga milagrosa que se le atribuye a la santa peruana aumenta con los años y es el principal elemento motivador de las personas que acuden a esta morada con la secreta esperanza de que sus deseos serán cumplidos.

Ya sean enfermedades del alma o del cuerpo, penurias económicas, sueños difíciles de alcanzar o imposibles que desafían la lógica humana, nada está fuera del alcance milagrosa de esta santa que en vida fue una mujer humilde, dedicada a la penitencia y a la oración. Una devoción que en nuestros tiempos sería muy difícil de igualar. Sin embargo, a pesar de su entrega a las labores de la Iglesia, Rosa tuvo una sensibilidad artística que le permitía admirar el canto de los pájaros y dedicar parte de su tiempo a la música.

ENTRE EL DOLOR Y EL SERVICIO POR LOS DEMÁS 
Santa Rosa sabía que era un ser terrenal, y por ello se sentía presa del pecado, de los malos pensamientos y de la naturaleza impura del mal. La historia cuenta que los ángeles la visitaban frecuentemente, pero también tuvo encuentros un tanto desagradables con demonios que la perturbaban y trataban de conducirla al lado oscuro.

Al parecer, el bien y el mal entablaban combates colosales a la vista de la santa, quien se refugió en las horas de oración para liberar su alma de la congoja ocasionada por la incertidumbre de dar un paso en falso y ser presa de los vicios del mal.

Pero Santa Rosa de Lima no fue únicamente una persona experta en el arte de ahuyentar la tentación a través del martirio, dueña de una gran resistencia física que le permitía permanecer encerrada largas temporadas en un cuarto de apenas tres metros cuadrados. La admiración que despierta Santa Rosa no reside en una vida llena de sufrimiento que en ocasiones era autoinflingido. La entereza de esta mujer estuvo más bien en el camino del servicio y de la preocupación por los otros.

El catecismo de la Iglesia Católica da cuenta de una anécdota que grafica a la perfección este comportamiento. El día en que su madre le reprendió por atender en casa a los pobres y enfermos, Santa Rosa de Lima le contestó: "Cuando servimos a los pobres y a los enfermos servimos a Jesús. No debemos cansarnos de ayudar a nuestro prójimo". ¿Se necesitan acaso mayores pruebas del grado de responsabilidad que Santa Rosa de Lima asumió frente a los demás?

Rosa de Lima nació en Lima en 1586. Sus humildes padres fueron Gaspar de Flores y María de Oliva. Aunque fue bautizada con el nombre de Isabel, se la llamaba Rosa y ése fue el único nombre que le impuso durante su Confirmación el arzobispo de Lima, Santo Toribio.

La situación económica de la familia se volvió un poco inestable cuando el padre de Rosa fracasó en la explotación de una mina. La santa trabajaba el día entero en el huerto, cosía por la noche y ayudaba al sostenimiento de la familia. A pesar de las dificultades, Rosa estaba contenta con su suerte, hasta que sus padres la indujeron a casarse.

Fueron diez años de lucha, ya que la santa había decidido hacer votos de virginidad y consagrar su vida a Dios. Por ello, ingresó en la tercera orden de Santo Domingo, imitando así a Santa Catalina de Siena. A partir de entonces se recluyó en una cabaña que había construido en el huerto.

Rosa pasó los tres últimos años de su vida en la casa de Don Gonzalo de Massa, un empleado del gobierno cuya esposa le tenía particular cariño. Antes de su muerto sufrió una penosa y larga enfermedad. Murió el 24 de agosto de 1617, a los 31 años de edad. Fue canonizada por el Papa Clemente X en 1671, convirtiéndose de esta manera en la primera santa americana canonizada.

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