sábado, 16 de agosto de 2014

LA ASUNCIÓN DE MARÍA NOS MUESTRA LA ESPERANZA Y LIBERTAD CRISTIANA REAL.

Papa Francisco: El Evangelio es el antídoto contra el espíritu de desesperación

La Asunción de María nos muestra la esperanza y libertad cristiana real









El Papa desde Corea nos dice:
Hoy, venerando a María, Reina del Cielo, nos dirigimos a ella como Madre de la
Iglesia en Corea. Le pedimos que nos ayude a ser fieles a la libertad real que 
hemos recibido el día de nuestro bautismo, que guíe nuestros esfuerzos para 
transformar el mundo según el plan de Dios, y que haga que la Iglesia de este 
país sea más plenamente levadura de su Reino en medio de la sociedad coreana. 
Que los cristianos de esta nación sean una fuerza generosa de renovación espiritual
en todos los ámbitos de la sociedad. Que combatan la fascinación de un materialismo
 que ahoga los auténticos valores espirituales y culturales y el espíritu de competición
 desenfrenada que genera egoísmo y hostilidad. Que rechacen modelos económicos
inhumanos, que crean nuevas formas de pobreza y marginan a los trabajadores, así
como la cultura de la muerte, que devalúa la imagen de Dios, el Dios de la vida, y
atenta contra la dignidad de todo hombre, mujer y niño.

Como católicos coreanos, herederos de una noble tradición, ustedes están llamados
a valorar este legado y a transmitirlo a las generaciones futuras. Lo cual requiere de
todos una renovada conversión a la Palabra de Dios y una intensa solicitud por los
pobres, los necesitados y los débiles de nuestra sociedad.

Con esta celebración, nos unimos a toda la Iglesia extendida por el mundo que ve en
María la Madre de nuestra esperanza. Su cántico de alabanza nos recuerda que Dios
no se olvida nunca de sus promesas de misericordia (cf. Lc 1,54-55). María es la llena
de gracia porque «ha creído» que lo que le ha dicho el Señor se cumpliría (Lc 1,45).
En ella, todas las promesas divinas se han revelado verdaderas. Entronizada en la
gloria, nos muestra que nuestra esperanza es real; y también hoy esa esperanza,
«como ancla del alma, segura y firme» (Hb 6,19), nos aferra allí donde Cristo está
sentado en su gloria.

Esta esperanza, queridos hermanos y hermanas, la esperanza que nos ofrece el
Evangelio, es el antídoto contra el espíritu de desesperación que parece extenderse
como un cáncer en una sociedad exteriormente rica, pero que a menudo experimenta
amargura interior y vacío. Esta desesperación ha dejado secuelas en muchos de
nuestros jóvenes. Que los jóvenes que nos acompañan estos días con su alegría y su
confianza no se dejen nunca robar la esperanza.

Dirijámonos a María, Madre de Dios, e imploremos la gracia de gozar de la 
libertad de los hijos de Dios, de usar esta libertad con sabiduría para servir a 
nuestros hermanos y de vivir y actuar de modo que seamos signo de esperanza, 
esa esperanza que encontrará su cumplimiento en el Reino eterno, allí donde reinares
servir. Amén. 

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