sábado, 5 de diciembre de 2015

TESTIGOS DE LA ESPERANZA EN PERÚ







(Por: fray Jacinto Lisowski) Finalmente conocemos el lugar y la fecha para la beatificación de los mártires de nuestra diócesis: los franciscanos fray Zbigniew Strzałkowski y fray Miguel Tomaszek y de padre Alejandro Dordi. Tendrá lugar, Dios mediante, en Chimbote el sábado 5 de diciembre del 2015, con la presidencia del representante del Papa, Cardenal Angelo Amato, Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos.
La celebración misma será seguramente acompañada por varios actos públicos: eclesiales, sociales, políticos, más y menos oficiales. Será una oportunidad para hacer memoria de la reciente historia del Perú, un motivo para buscar reconciliación y de curar las heridas que provocó la muerte de tantos hermanos nuestros, será también la fiesta del Pueblo de Dios que reconoce el valor de fidelidad al Evangelio hasta la muerte.
Antes de lo dicho, sería muy propio del momento hacer un acercamiento algo más íntimo a estos dos hermanos franciscanos conventuales, que sea un intento de enterarnos quiénes fueron los “padrecitos” que se atrevieron de entrar al corazón del pueblo de Pariacoto, lugar donde fueron posteriormente asesinados.
Los padres Miguel y Zbigniew
Padre Miguel (Michał) Tomaszek nació el 23 de septiembre de 1960 en Lekawica (Polonia) y fue bautizado un mes después en la parroquia de San Miguel. A los nueve años, según la tradición local, recibió la Primera Comunión, y ese mismo año falleció su padre. Joven Miguel ingresó el Seminario Menor de los Hermanos Menores Conventuales (llamados en Perú “Franciscanos Conventuales”), la Orden fundada por el mismo San Francisco de Asís, donde descubrió su vocación a la vida religiosa y sacerdotal. 

El 4 de octubre de 1980, fiesta del Pobrecillo de Asís, vistió por primera vez el hábito franciscano. Fr
. Miguel realizó sus estudios de filosofía y teología en el Seminario Mayor en Cracovia donde hizo la profesión solemne, y luego fue ordenado el 23 de mayo de 1987. Durante dos años trabajó como vicario parroquial en una de las parroquias en Polonia y el 24 de julio de 1989, fiesta del Apóstol Santiago, viajó al Perú como misionero, lleno de ilusión y entusiasmo.
Dos años escasos duró su actividad misionera en el Perú, porque el 9 de agosto de 1991 fue asesinado en Pariacoto, cuando tenía apenas 31 años, junto a su compañero fray Zbigniew. Varios testimonios de la gente que le conoció y estaba cerca de él, indican que fray Miguel era un hombre de fe profunda, sencillo y orante, evangelizador y solidario. Tenía un gran amor a la Virgen y llegaba a los niños y a los jóvenes a través de la música, para la que tenía grandes dotes. 
A Miguel lo querían mucho los niños y jóvenes, ellos siempre visitan su tumba y guardan en sus corazones sus enseñanzas; hacen de sus cantos una oración de alabanza y agradecimiento a él.
Padre Zbigniew Strzałkowski nació en Tarnów (Polonia) el 3 de julio de 1958, en cuya catedral fue bautizado una semana más tarde. En 1967 recibió la Primera Comunión. Padre Zbigniew después de terminar la escuela primaria ingresó la Escuela Técnica de su ciudad natal y a los 20 años comenzó a trabajar. Un año después inició el Noviciado en la Orden de los Hermanos Menores Conventuales y entre 1980 y 1986 estudió la filosofía y teología en Cracovia.
El 8 de diciembre de 1984, fiesta de la Inmaculada, hizo su profesión solemne y el 7 de junio de 1986, a los 28 años, fue ordenado sacerdote en Wrocław. Durante dos años trabajó en la formación como vicerrector del seminario menor en Legnica, hasta que el 30 de noviembre de 1988 viajó al Perú para trabajar como misionero en este país andino. Dos años después, el 9 de agosto de 1991 fue asesinado junto con su compañero Fr. Miguel en Pariacoto. fray Zbigniew tenía dotes de organizador y era muy responsable. Amante de la naturaleza, su deseo era servir a los demás desde su fe profunda y su pasión por la figura de San Maximiliano Kolbe.
Tenía mucha sensibilidad hacia los enfermos, una gran capacidad organizativa, y un especial don para discernir la realidad político-social. A Zbigniew los enfermos pobres lo llaman «nuestro Doctorcito» y la gente cuenta las diversas curaciones que él pudo hacer. 
De alguna manera repetía los gestos de Jesús: ponía sus manos… para que se sanen y vivan… (Mc. 5,23). Ambos frailes poseían un gran espíritu misionero que se manifestaba de forma sencilla en la vida cotidiana, pese a las normales limitaciones de su ser humanos como cualquier otra persona, y pusieron de su parte sus “cinco panes y sus dos peces” y Dios añadió el resto.

Su experiencia de Pariacoto
Es interesante observar cómo ellos mismos estaban viviendo la misión en Pariacoto. Algún reflejo de sus impresiones podemos observar en las cartas que escribían a sus seres queridos. Compartamos un par de ellas.

Fr. Miguel en una carta a su mamá y hermanos el 20 de Agosto de 1989 dice lo siguiente: «La gente es muy buena, los niños gritan para saludarnos, incluso aunque ya nos hubiesen visto varias veces durante el día. Hay muchos jóvenes que se acercan constantemente a la iglesia; no existe aquí alguien que toque el órgano, pero los jóvenes con sus instrumentos lo sustituyen muy bien. Tocan unas cuantas guitarras, una flauta (muy diferente de la de Polonia, que estoy aprendiendo a tocar), tocan con la caña de azúcar (suena bonito), los bombos y en algo que se me asemeja a una vaina grande, más o menos de un metro y medio, de «frijoles» secos. No sé cómo se llama, pero es como una vaina del frijol. Cantan muy bonito y armónico. Tenemos la Misa todos los días a las 20:00, porque durante el día, casi todo el mundo “está muerto”, es decir, trabajan en la tierra o en sus huertos. Lo mismo sucede el domingo; todo el mundo trabaja (por cierto, Zbyszek con los chicos locales ha traído hoy, domingo, casi una tonelada de ripio, sacado del río, para colocar los ladrillos en algunos lugares de nuestra casa, (aquí este trabajo no es un pecado)».
Durante el curso sobre La Espiritualidad Franciscana, en Argentina, fr. Miguel escribió a un amigo suyo: «Lo bonito es que puedo comunicarme con todos… el 29 de enero regreso al Perú; sinceramente quiero deciros que extraño Pariacoto “ y a los míos”».
Fr. Zbigniew (Carta a Dorota Wieczorek, 5 de mayo de 1991): “La mirada de esta gente es un poco triste y nostálgica, pero al mismo tiempo contemplativa. Se necesita mucho esfuerzo para llegar al fondo del alma de estas personas. Son gente muy sincera, sobre todo cuando uno está a solas con ellos”.
Fr. Miguel (Carta a Janusz Kruzycki, 22 de marzo de 1991): “Donde ahora te encuentras no estás para entender el mundo, sino para comprender cuál es la voluntad de Dios para ti. Se trata de estar en tu propio lugar”.
Fr. Zbigniew (Carta a un seminarista, 2 de diciembre de 1989): “Todo lo que hay aquí es sopa hervida de fréjoles. Afortunadamente, Dios está sobre todo, y estamos aquí para proclamar su Palabra. Desde el 30 de agosto oficialmente estamos en Pariacoto”.
Fr. Miguel (Carta a Grazyna, 1987): “Soy un sacerdote feliz, gracias a muchas personas que conocí en los años de formación. Por eso hoy veo que en, general, soy muy bien recibido. Lo puedo sentir una y otra vez, pero esto no me importa demasiado. Quiero ser el mismo de siempre y reafirmarme en mi personalidad”.

Los Padres según los testimonios
Los terroristas de Sendero Luminoso mataron a los misioneros porque, según ellos, “engañaban al pueblo”, y añadían, “predican la paz y adormecen a la gente con la religión, con el rezo del rosario, la misa, la lectura de la Biblia… no quieren la revolución. Hay que matar a los que predican la paz. La religión es el opio del pueblo, es un modo de dominarlo”.
Los terroristas asesinaron a los dos frailes sin compasión alguna, con disparos en la parte posterior de la cabeza y con manos atadas. Tres días después ambos fueron enterrados en la iglesia parroquial de la misión y el 5 de junio de 1995 se abrió su proceso de beatificación. En la asimilación de esta pérdida resulta muy consolador el recuerdo sus rostros humildes, serenos y reconciliados, que expresan paz, a pesar de las brutales heridas de donde brotó la sangre. Resuenan claramente hoy palabras expresadas entonces:

“No puedo creer lo que ha pasado. Me parece un sueño. Me impresiona una vez más en Miguel y Zbigniew su fidelidad a Dios y al pueblo, y la voluntad de ser consecuentes con lo que predicaron. Pienso que ellos sabían que esto iba a suceder; sin embargo, permanecieron allí hasta el final. Eso no se improvisa, es un don. Porque vivieron abiertos a la acción de Dios, pudieron responder al don recibido. Vi a Zbigniew unos días antes del martirio, le pregunté si estaban amenazados, sonrió, no respondió y dijo: ‘No podemos abandonar al pueblo. Nunca se sabe, pero si nos matan, que nos entierren aquí’. … Ambos hombres de Dios tal vez vivían con la esperanza de que todavía no era su hora; sin embargo, fue la hora de Dios”. (Hna. Marlene Trelles, Religiosa Esclava del Sagrado Corazón de Jesús. Septiembre 1991)
“La sangre derramada por dos jóvenes hermanos el 9 de agosto de 1991 se unió a la sangre de San Maximiliano Kolbe, de la misma Provincia de Polonia, que hace 50
años (sólo con cinco días de diferencia) también ofreció su vida. Es un doble tributo para el mismo martirio de la caridad y de la fe, indicando la continuidad perfecta y el santo contagio de un testimonio vivo que surge en los momentos de la verdad en la vida de los individuos y las familias”. (P. Lanfranco Serrini, Ministro General OFM Conv., Carta de Navidad 1991)
“Pudimos conocer el valioso trabajo que realizaban los frailes. Debemos seguir adelante, confiando en que la voluntad del Señor consiste en trabajar por un mundo mejor para todos. A veces resulta difícil aceptarlo, pero el Señor, en su infinita sabiduría, tiene sin duda alguna respuesta. Hermanos como Miguel y Zbigniew nos dejan un hermoso recuerdo, el de aquellos que abandonaron su casa, su familia, su país y su cultura para venir a compartir el amor de Dios con nuestros hermanos de los Andes. Ese recuerdo seguirá animando a todos los que, como ellos, pensamos que encontramos a Cristo en los rostros sufrientes de nuestros hermanos”. (Laureano del Castillo, Director de SER (Servicios Educadores Rurales) Lima, 20 de agosto de 1991).

Siguen vivos, nos hablan e inspiran
Hasta aquí los testimonios. El martirio de los franciscanos de Pariacoto se actualiza y da fruto en lo cotidiano de los que se sienten cuidados por ellos desde el cielo. Esto sí, pero la bendición que ellos “ganaron” no se concibe sin la parte a la que alude el sentido de la palabra “mártir”, que significa testigo.
El testimonio de los franciscanos conventuales Miguel y Zbigniew no es abstracto, sino concreto y encarnado en un tiempo y lugar donde hay que responder a Dios y al prójimo, donde hay que descubrir historia salvífica, salvación y esperanza. Su muerte es para nosotros, en primer lugar, una llamada para luchar efectivamente, desde los criterios evangélicos, contra toda fuerza de muerte, de mal, de inhumanidad, siempre contrarias al querer de Dios Padre que ama a todos sus hijos e hijas. La primera característica de este empeño es la de la fidelidad hasta el final, como lo hizo Jesucristo, el primer mártir que se hace presente en todos los demás mártires que mueren por la misma causa que Él.
Es la encarnación práctica y el fruto más deseable que nos quieren transmitir los mártires de Pariacoto: nuestro compromiso para transformar de este mundo adquiere sentido cuando huele a una entrega dispuesta a ofrecer la vida sin parcialismos y cálculos. Que el tiempo que nos espera hasta la beatificación de los franciscanos Padre Miguel y Padre Zbigniew sea un tiempo de asimilación y de respuesta a su testimonio de la fidelidad hasta el fin.
                                          

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