El pasado 6 de septiembre nos dejó otra gran misionera de La Compañía Misionera, Juliana Pérez Cuenca. Compartimos la homilía que hizo su sobrino, p. Jesús Zoyo Pérez, el día del funeral, nos parece que da una imagen que recoge un poco de lo que ella fue, vital hasta su último aliento, centrada en Jesús, generosa hasta el extremo...
“¡¡Disfrutad
de la vida!!”…Este fue el último consejo, casi a modo de mandato, que nos dio a
mi madre y a mí, cuando nos despedíamos de ella después de haber celebrado el
sacramento de la unción. La vida, ese don preciado que Dios nos regala y que
Juliana supo destilar bien sacándole todo su jugo. Un don que hay que
aprovechar, en el que uno se ha de poner en juego. Porque la vida se puede
disfrutar, pero también se puede pasar, e incluso se puede quemar. Pero la vida
es un don que Dios nos da para disfrutarlo. Ese es el mensaje de las
bienaventuranzas. Bienaventurado significa ser feliz, ser dichoso.
Supo disfrutar de la vida
porque ella supo descubrir cuál era la clave de todo: “tú sigue a Jesús y a su
evangelio. Sólo a Jesús”. No sé cuántas veces me lo habrá dicho, por teléfono,
en persona… Jesús y su evangelio, decía, “nada más…” A veces nos perdemos en
muchas cosas ero Él te hará feliz. Ni los obispos, ni el párroco, ni la gente,
sólo Jesús…Eso te hará feliz”. Un Jesús que supo descubrir en los más
necesitados, en todos aquellos por los que luchó y entregó su vida… Hay muchas
personas en este mundo que hoy lloramos su muerte a la par que damos gracias a
Dios por su vida. Porque ella sabía ayudar al que tenía delante dignificándolo.
No escondo que ella ha sido fundamental en el camino de mi vocación sacerdotal.
Cuánta gente muy agradecida que luego le devolvía los favores, que nunca eran para
ella, sino para seguir hilando la caridad de Cristo en más personas. Juliana
supo ser transmisora del amor de Dios. Nunca decía que no a nada. Casi todas
las carambolas le salían, pero claro, es que cuando uno tira en la dirección
que marca Dios la carambola siempre sale.
Porque disfrutar de la vida
es vivir la caridad. Vivir atentos al otro. Como Jesús. Llevando a los demás la
buena noticia de la salvación. Porque esto es el Evangelio, una buena noticia.
Una gran noticia: que Dios nos ha salvado. Y por eso ella se tomaba la vida con
tanto humor. Porque el sentido del humor, reírse de las cosas, es signo de que
uno sabe disfrutarla. De que relativiza el mal y se ríe de él, porque a fin de
cuentas el mal no es nada comparado con el bien. La victoria es de Cristo. Ese
es el Evangelio. Y contando tantas aventuras que le ha tocado vivir en su vida
con tanto humor, situaciones a veces muy dramáticas, pero de las que sabía
sacar lo amable de la salvación a través de la sonrisa. Amando de verdad se
destila la vida hasta la última gota. Poco ha dejado Juliana por exprimir en
sus ochenta y seis años de vida.
Una vida que hay que
disfrutar siendo conscientes de que hay cruz, y de que la cruz es la parte
“crucial”, valga la redundancia, de nuestra vida. Recuerdo que ella pudo
asistir a la ceremonia de mi entrada al Seminario, el día de la Inmaculada, de entrada
relativa, porque ya llevábamos tres meses allí encerrados… Al acabar, el
cardenal nos regaló una cruz. Era una crucecita de madera desnuda… Al acabar se
acercó a mí. Ella me pidió que le enseñara lo que me habían regalado: la miró,
la acarició con el dedo y dijo al resto de la familia (en realidad me lo decía
a mí): “Miren, es una cruz… No tiene crucificado… Es para que ellos se vayan
crucificando…” Porque Juliana no daba puntada sin hilo. Porque el que disfruta
de la vida viviéndola con caridad sabe que a veces hay que decir a veces cosas,
aunque éstas no nos gusten escucharlas. Porque la caridad va siempre acompañada
de la verdad. Ambas van de la mano. Porque la cruz es la cruz. Y tiene toda su
aridez y rudeza. Pero ésta es la única puerta para la gloria. No las glorias
efímeras que a veces buscamos los hombres… Sino la gloria de Dios, aquella que
perdura para siempre. A veces en la Iglesia también buscamos glorias efímeras,
pero cuando uno se centra en Jesús y en su evangelio, sabe que no hay otra cosa
que buscarle más que a Él si se quiere ser feliz. Porque a veces disfrazamos
las glorias efímeras de piedad y las justificamos con la fe. Pero la cruz hace
que todas esas pasiones insignificantes se desvanezcan para que sólo la Pasión
de Cristo permanezca. Y esa pasión es la cruz. Disfrutar de la vida es abrazar
la cruz que la vida nos trae, a veces en forma de pequeñas contradicciones,
otras veces en amargos tragos de hiel, sabiendo que de inmediato vamos
saboreando la dulce Gloria del Señor.
Ella tenía claro que su
pascua se presentaba ya de manera inexorable. En este confinamiento hablaba con
ella por teléfono y me lo decía: “Yo ya tengo muy claro que mi misión es pasar
aquí mis días en mi habitación y yo estoy pasando estos días como unos
ejercicios espirituales. Yo tengo muy claro que mi misión ahora es estar
rezando aquí, es lo que el Señor me pide”. Sabía que tocaba dar el paso
definitivo y no dudaba en darlo. La última vez que la vi, que ya estaba muy mal
y apenas se le entendía lo dijo varias veces: “Yo ya quiero que el Señor me
llame a su lado”. Le ha tocado pasar este calvario en los últimos días asociándose
a su querido Jesús crucificado. Un sufrimiento que redime. A ella y a nosotros,
a toda su Iglesia, pues como dice Pablo: “Completo en mi cuerpo lo que le falta
a la pasión de Cristo por su cuerpo, que es su Iglesia”. Una Iglesia a la que
Juliana ha amado con locura, esta Iglesia que es madre, que nos entrega a
Jesucristo. La Iglesia vivida en comunión con sus hermanas de la Compañía.
Porque disfrutar de la vida
es tirar para adelante venga lo que venga. Ella lo decía mucho, como un mantra:
“Para adelante, siempre para adelante, para atrás ni para coger impulso”. Y
este paso definitivo lo ha dado ya Juliana. Paso que nos tocará dar a todos.
Nos empuja a caminar adelante la esperanza firme en la resurrección. Que un día
nos volveremos a ver y nos abrazaremos de nuevo, en una vida en la que ningún
coronavirus podrá impedirnos los abrazos. La carne débil y frágil que ahora
contemplamos en este sepulcro, levantada e invencible por la fuerza del
Espíritu.
Mañana celebramos en Tarancón a la patrona, la Santísima Virgen de Riánsares. A ella le pedimos que interceda ante el Señor para que Juliana esté ya junto a sus padres, como ella quería, y junto a sus hermanos Florencio y Rían, junto a todas sus hermanas de la Compañía Misionera que ya han sido llamadas por el Señor. Aunque no sé por qué me da, que más bien, será Juliana la que tenga que estar pidiendo allí arriba por nosotros. Y si sigue siendo igual de insistente allí arriba como lo fue aquí abajo, seguro que sacará de Dios muchas gracias para todos nosotros.
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