martes, 22 de septiembre de 2020

JULIANA PÉREZ, CORAZÓN GRANDE Y GENEROSO.

 El pasado 6 de septiembre nos dejó otra gran misionera de La Compañía Misionera, Juliana Pérez Cuenca. Compartimos la homilía que hizo su sobrino, p. Jesús Zoyo Pérez, el día del funeral, nos parece que da una imagen que recoge un poco de lo que ella fue, vital hasta su último aliento, centrada en Jesús, generosa hasta el extremo...


“¡¡Disfrutad de la vida!!…Este fue el último consejo, casi a modo de mandato, que nos dio a mi madre y a mí, cuando nos despedíamos de ella después de haber celebrado el sacramento de la unción. La vida, ese don preciado que Dios nos regala y que Juliana supo destilar bien sacándole todo su jugo. Un don que hay que aprovechar, en el que uno se ha de poner en juego. Porque la vida se puede disfrutar, pero también se puede pasar, e incluso se puede quemar. Pero la vida es un don que Dios nos da para disfrutarlo. Ese es el mensaje de las bienaventuranzas. Bienaventurado significa ser feliz, ser dichoso.

 

     Un disfrute que nada tiene que ver con la ausencia de problemas y sufrimientos, cosa que Jesús subraya también: los que lloran, los que luchan, los perseguidos… Juliana tuvo muchos problemas y sufrimientos en su vida. Los propios y los de tantísimas personas a las que ha ayudado durante toda su vida entregada al Señor allá en Colombia. Una vida entregada por los demás, por aquella gente con la que ha pasado casi toda su vida hasta el punto de sentirse colombiana. Ella lo decía. En una reunión con jóvenes de la parroquia en la que estaba describía el cementerio de Guapi y decía que allí quería ella morirse y que la enterraran en aquel cementerio. Pero Dios tenía otros planes para ella.


 

Supo disfrutar de la vida porque ella supo descubrir cuál era la clave de todo: “tú sigue a Jesús y a su evangelio. Sólo a Jesús”. No sé cuántas veces me lo habrá dicho, por teléfono, en persona… Jesús y su evangelio, decía, “nada más…” A veces nos perdemos en muchas cosas ero Él te hará feliz. Ni los obispos, ni el párroco, ni la gente, sólo Jesús…Eso te hará feliz”. Un Jesús que supo descubrir en los más necesitados, en todos aquellos por los que luchó y entregó su vida… Hay muchas personas en este mundo que hoy lloramos su muerte a la par que damos gracias a Dios por su vida. Porque ella sabía ayudar al que tenía delante dignificándolo. No escondo que ella ha sido fundamental en el camino de mi vocación sacerdotal. Cuánta gente muy agradecida que luego le devolvía los favores, que nunca eran para ella, sino para seguir hilando la caridad de Cristo en más personas. Juliana supo ser transmisora del amor de Dios. Nunca decía que no a nada. Casi todas las carambolas le salían, pero claro, es que cuando uno tira en la dirección que marca Dios la carambola siempre sale.

 


Porque disfrutar de la vida es vivir la caridad. Vivir atentos al otro. Como Jesús. Llevando a los demás la buena noticia de la salvación. Porque esto es el Evangelio, una buena noticia. Una gran noticia: que Dios nos ha salvado. Y por eso ella se tomaba la vida con tanto humor. Porque el sentido del humor, reírse de las cosas, es signo de que uno sabe disfrutarla. De que relativiza el mal y se ríe de él, porque a fin de cuentas el mal no es nada comparado con el bien. La victoria es de Cristo. Ese es el Evangelio. Y contando tantas aventuras que le ha tocado vivir en su vida con tanto humor, situaciones a veces muy dramáticas, pero de las que sabía sacar lo amable de la salvación a través de la sonrisa. Amando de verdad se destila la vida hasta la última gota. Poco ha dejado Juliana por exprimir en sus ochenta y seis años de vida.

 

Una vida que hay que disfrutar siendo conscientes de que hay cruz, y de que la cruz es la parte “crucial”, valga la redundancia, de nuestra vida. Recuerdo que ella pudo asistir a la ceremonia de mi entrada al Seminario, el día de la Inmaculada, de entrada relativa, porque ya llevábamos tres meses allí encerrados… Al acabar, el cardenal nos regaló una cruz. Era una crucecita de madera desnuda… Al acabar se acercó a mí. Ella me pidió que le enseñara lo que me habían regalado: la miró, la acarició con el dedo y dijo al resto de la familia (en realidad me lo decía a mí): “Miren, es una cruz… No tiene crucificado… Es para que ellos se vayan crucificando…” Porque Juliana no daba puntada sin hilo. Porque el que disfruta de la vida viviéndola con caridad sabe que a veces hay que decir a veces cosas, aunque éstas no nos gusten escucharlas. Porque la caridad va siempre acompañada de la verdad. Ambas van de la mano. Porque la cruz es la cruz. Y tiene toda su aridez y rudeza. Pero ésta es la única puerta para la gloria. No las glorias efímeras que a veces buscamos los hombres… Sino la gloria de Dios, aquella que perdura para siempre. A veces en la Iglesia también buscamos glorias efímeras, pero cuando uno se centra en Jesús y en su evangelio, sabe que no hay otra cosa que buscarle más que a Él si se quiere ser feliz. Porque a veces disfrazamos las glorias efímeras de piedad y las justificamos con la fe. Pero la cruz hace que todas esas pasiones insignificantes se desvanezcan para que sólo la Pasión de Cristo permanezca. Y esa pasión es la cruz. Disfrutar de la vida es abrazar la cruz que la vida nos trae, a veces en forma de pequeñas contradicciones, otras veces en amargos tragos de hiel, sabiendo que de inmediato vamos saboreando la dulce Gloria del Señor.

 


Ella tenía claro que su pascua se presentaba ya de manera inexorable. En este confinamiento hablaba con ella por teléfono y me lo decía: “Yo ya tengo muy claro que mi misión es pasar aquí mis días en mi habitación y yo estoy pasando estos días como unos ejercicios espirituales. Yo tengo muy claro que mi misión ahora es estar rezando aquí, es lo que el Señor me pide”. Sabía que tocaba dar el paso definitivo y no dudaba en darlo. La última vez que la vi, que ya estaba muy mal y apenas se le entendía lo dijo varias veces: “Yo ya quiero que el Señor me llame a su lado”. Le ha tocado pasar este calvario en los últimos días asociándose a su querido Jesús crucificado. Un sufrimiento que redime. A ella y a nosotros, a toda su Iglesia, pues como dice Pablo: “Completo en mi cuerpo lo que le falta a la pasión de Cristo por su cuerpo, que es su Iglesia”. Una Iglesia a la que Juliana ha amado con locura, esta Iglesia que es madre, que nos entrega a Jesucristo. La Iglesia vivida en comunión con sus hermanas de la Compañía.

 

Porque disfrutar de la vida es tirar para adelante venga lo que venga. Ella lo decía mucho, como un mantra: “Para adelante, siempre para adelante, para atrás ni para coger impulso”. Y este paso definitivo lo ha dado ya Juliana. Paso que nos tocará dar a todos. Nos empuja a caminar adelante la esperanza firme en la resurrección. Que un día nos volveremos a ver y nos abrazaremos de nuevo, en una vida en la que ningún coronavirus podrá impedirnos los abrazos. La carne débil y frágil que ahora contemplamos en este sepulcro, levantada e invencible por la fuerza del Espíritu.

 

Mañana celebramos en Tarancón a la patrona, la Santísima Virgen de Riánsares. A ella le pedimos que interceda ante el Señor para que Juliana esté ya junto a sus padres, como ella quería, y junto a sus hermanos Florencio y Rían, junto a todas sus hermanas de la Compañía Misionera que ya han sido llamadas por el Señor. Aunque no sé por qué me da, que más bien, será Juliana la que tenga que estar pidiendo allí arriba por nosotros. Y si sigue siendo igual de insistente allí arriba como lo fue aquí abajo, seguro que sacará de Dios muchas gracias para todos nosotros.


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