Mi nombre es Gema
Pérez Jover, soy una religiosa española, de la congregación de la Compañía Misionera del Sagrado Corazón de
Jesús. Llevo cuatro años en Perú, tres de ellos trabajando en la selva
amazónica, en la comunidad de Huampami,
distrito de El Cenepa, Condorcanqui. Actualmente, en Huampami vivimos cuatro
hermanas de diferentes nacionalidades y tenemos el privilegio de compartir la vida con comunidades nativas aguarunas, que nos han acogido y nos
permiten vivir en medio de ellos.
Desde pequeña siempre me ha gustado conocer otras
realidades diferentes y considero que la diversidad cultural de este país es
una de sus mayores riquezas.
Anteriormente he estado en la costa pacífica
colombiana, trabajando con afro-colombianos,
y en Haití. Esta última experiencia me marcó profundamente. A pesar de
llevar al pueblo haitiano muy metido en el corazón, aposté por una experiencia
diferente. Me destinaron a Perú, y tras una breve experiencia con shipibos, en Macaya,
una comunidad nativa del Ucayali, pedí trabajar con los aguarunas. Este es mi
tercer año en la comunidad de Huampami.
Mi trabajo parte desde la inserción en la comunidad,
aprender las costumbres y la lengua de la gente, su cultura, cosmovisión, etc.
Desde ahì, estudio un par de horas diarias para aprender el idioma, apoyo con
clases en el CETPRO de Huampami y con talleres para los jóvenes de la
Secundaria. En las tardes muchas veces vamos a visitar a las familias a sus casas, y este es uno de
los mejores métodos para conocerlos, conocer su cultura y practicar su lengua.
Aparte de esto, es difícil precisar las actividades diarias, porque cada día
puede traer cosas que dan la vuelta a lo programado y hay que salir al paso de
las cosas.
Me parece que la principal labor que realizamos es la de acompañar a
la gente, en sus vidas, en los múltiples problemas que cada día surgen, en el
tremendo choque cultural que se vive.
Las mejores experiencias que he tenido han sido
aquellas en las que he tenido que quedarme a vivir en sus propias casas,
viviendo como ellos, compartiendo lo que tienen. En la primera visita a una
comunidad del Cenepa, tras varias horas caminando por trocha y con muchísimo
barro, llegamos a la comunidad y nos acogieron en una casa, donde nos acomodaron
en la cocina. Primero me sorprendió, pero luego me di cuenta de que era un
lugar especial, estábamos ubicadas en el centro de toda actividad. Nos
despertaban tempranísimo, antes de las 5, para prender la candela, empezar a
barrer, poner la yuca al fuego…y poco a poco, todos los miembros de la casa iban
pasando por la cocina, las visitas también. ¡¡Nos habían ubicado en el centro
donde desarrollan su vida, la mayor parte de las actividades diarias!! Resultó
ser un lugar privilegiado para nosotras.
En la selva cada día puede resultar una aventura y,
desde luego, un aprendizaje. Los aguarunas son sabios en su medio, saben
manejarse en medio de la naturaleza de una manera que a mí me resulta asombrosa:
construyen sus propias casas con lo que la naturaleza les da; siembran sus
chacras de yuca y plátano, fundamentalmente, pero también cocona, piña, guaba,
mamey,… y un sinfín de cosas más cuyo nombre desconozco, se van al monte a
buscar animales y tienen conocimientos de plantas naturales, entre otras muchas
cosas que se me olvidan en este momento. Me pregunto muchas veces si el mundo occidental
no estará equivocado y los nativos tendrán razón, no solo en la defensa de la
tierra, sino también en su modo de vivir, tan en contacto con la naturaleza,
con tanto respeto por el medio, por la “madre tierra”. Para mí, ellos son los “defensores” de la tierra y, de alguna
manera, al hacerlo, nos defienden a todos de la destrucción de un planeta que
no es solo de unos pocos: es de todos.
He querido realizar el curso de Realidad Nacional
del Instituto Bartolomé de las Casas
buscando comprender más esta realidad tan rica y variada del Perú, y a la vez,
tan compleja. Este curso me ha proporcionado mucha información que me permitirá
ubicarme en el país, comprender sus diferentes realidades, y entender algunos
“por qués” de lo que vive nuestra gente de la selva, si bien también me ha
servido para darme cuenta de lo alejados que están del resto del país, y una
lejanía que va más allá de la distancia física. En cambio, al mirarlos a ellos
comprendo la Bienaventuranza de otra manera: “Bienventurados los pobres, porque de ellos es el Reino de Dios”, y
verdaderamente, el nativo que todavía es capaz de vivir con lo que la
naturaleza le da, es bienaventurado. Pero este curso también ha dejado claro la
terrible amenaza que se cierne ya sobre todo este territorio y estos pueblos.
A quienes vayan a adentrarse en lugares y culturas
diferentes a las suyas les animaría a descalzarse y entrar como niños ante toda
la riqueza y diversidad que nos ofrece una cultura y realidad diferente de la
nuestra, dispuestos a acoger, valorar, admirar lo que la novedad les
regala y siempre con actitud de
agradecimiento.
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