Fidelidad es la palabra “clave” que define a Jesús en toda la trayectoria de su vida desde la Encarnación, pasando por su vida pública hasta su Pasión, Muerte y Resurrección. Su deseo implícito y explícito era siempre hacer la Voluntad de su Padre. Tarea que no podía ser siempre fácil, pero en su identidad más profunda no cabía otra cosa de quien ya se sentía y estaba tan íntimamente unido a El.
Hablar de Fidelidad supone el ejercicio de morir, morir al pecado, morir a todas las maldades, matar en nosotros los egoísmos, las envidias, las entregas, las idolatrías de los falsos dioses.
En la Resurrección, el cristiano comprende la grandeza de su fe, de su esperanza, de poner en Cristo toda su fuerza, todo su amor.
Ser cristiano/a es dar testimonio; responder con la propia vida a las llamadas del Reino y denunciar proféticamente la iniquidad del anti-Reino. Responder diariamente, con fidelidad, al Amor de Dios en el servicio fraterno. Es ser coherente con la palabra hecha anuncio y con el anuncio hecho práctica: “Seréis mis testigos hasta los confines de la Tierra” (Hch 1,8). Hemos de ser testigos del supremo testigo, Jesús de Nazaret, proclamado en el Apocalipsis como “El Testigo Fiel”. El vino para hacer la voluntad del Padre, testimoniando radicalmente el amor de Dios. El vino para que todos tuviéramos vida y vida plena. El repitió ante sus perseguidores y todo el pueblo que sus obras daban testimonio de Aquel que lo envió.
Para dar testimonio hemos de renovar, con pasión, con radicalidad, con alegría, nuestro seguimiento de Jesús, en la búsqueda del Reino, en la vivencia del Reino, en la celebración del Reino, en la invencible esperanza del Reino.
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