La lenta agonía de las comunidades cristianas. El grito de alarma no llega a la diplomacia internacional
Hace algunos días, las agencias dieron esta noticia: el último cristiano presente en el centro de Homs, ciudad “limpiada” religiosamente por los rebeldes islámicos, perdió la vida. Elías Manosur, de 84 años, greco-ortodoxo, no había querido abandonar su casa en la calle Wadi Sayeh porque debía ocuprse de su hijo, discapacitado. El barrio en el que vivía era el escenario de violentos enfrentamientos. Un sacerdote ortodoxo está buscando al hijo, del que no se tienen noticias.
Es uno de los tantos ejemplos de vidas destrozadas por esta guerra “sin rostro”, como lagunos la han definido. En la historia de una pequeña familia cristiana que huyó a Francia se descubre su tremenda dureza. Lograron dejar el país y esperan que el estado europeo les reconozca el estatus de refugiados. Ayuda a la Iglesia Necesitada en Francia cuenta narra esta triste historia. Fadi, Miriam y Teresa (son nombres falsos) vivían en Bab Touma (la puerta de Tomás) en Damasco, el barrio cristiano más importante de la capital. Bab Touma es un barrio protegido por los soldados del ejército regular, pero, a pesar de ello, la vida en se convirtió en un infierno. «Delante de las panaderías hay cola desde las 6 de la mañana. Una vez nos quedamos sin pan durante tres días».
Algunas escuelas siguen abiertas, pero, por el temor de que se verifiquen atentados, los padres prefieren que sus hijos se queden en casa. «En Jaraman, un barrio cercano, una amiga mía fue a inscribir a su hija a la escuela, en septiembre. Explotó un coche bomba cerca de donde estaban y las mató».
Los rebeldes islámicos están haciendo presiones para que la vida cotidiana se detenga. Fadi cuenta que «los opositores dicen a las escuelas que cierren. Quieren que se acabe la vida normal. El ejército dice a la gente que sontinúe con su vida con normalidad, que el ejército se encarga de su protección. Las personas están entre dos fuegos y deben obedecer a ambos si quieren conservar la vida».
Y luego, una historia terrible: «Mi tía era maestra en Homs. Decía a sus alumnos que siguieran yendo a la escuela. Quería que la vida normal continuara, costara lo que costara. Su marido la encontró decapitada. Con su sangre escribieron en la pared: “Allah Akbar”».
Al final de la misa, el sacerdote aconsejó a los fieles de Bab Touma que se dividieran en pequeños grupos, en silencio. Los grupos de más de cuatro personas eran demasiado grandes. «Los cristianos se sienten un blanco. En una Iglesia escribieron: “cristiano, ha llegado tu turno”. Al inicio, las consignas de las manifestaciones eran: “los alawitas en la tumba, los cristianos en Beirut”. Ahora son: “alawitas y cristianos al cementerio”».
Fadi responde lo siguiente, cuando le preguntan sobre las fuerzas en el terreno: «muchas personas todavía apoyab a Bashar al-Assad, aunque todos sepan de lo que es capaz. Un día, un sacerdote maronita, conocido como opositor del régimen, salió en la televisión para pedir que se aceleren las reformas. Recibió una amenaza de la oposición, por no haber sido lo suficientemente duro. La oposición es muy heterogéneoa, no está unida, da información contradictoria. No es fácil ver las cosas claramente. Algunos dicen que está compuesta solo por un 10% de sirios y que los demás son extranjeros, mercenarios, jihadistas».
El miedo es omnipresente. Teresa, la pequeña, escuchaba los disparos aterrorizada. Fadi y Miriam le decían que se estaba celebrando un matrimonio. Pero un día ella dijo: «Esta fiesta me da miedo». Y al final entendió todo. Después comenzaron los secuestros: Qatar, que financia con armas y dinero a la jihad siria, redujo la ayuda, por lo que los rebeldes comenzaron a secuestrar a los cristianos, a los alawitas y a los drusos para pedir rescate. «Todo está destruido. No nos queda más que la fe. Como los cristiaos que se han quedado en Siria. Solo podemos encomendarnos a Dios».
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