Este artículo es solo una pequeña muestra de lo que viven los haitianos que logran pasar a Dominicana e intentan subsistir en este país en busca de un futuro mejor, que muchas veces, es básicamente tener algo que comer...
210.000 dominicanos, castigados y sin papeles
Publicado el 05.06.2015
Están amenazados de expulsión del país desde 2013, por su origen haitiano
MIGUEL ÁNGEL MALAVIA | Unos 210.000 dominicanos de origen extranjero (en su mayoría haitianos) viven en vilo desde que, el 23 de septiembre de 2013, el Tribunal Constitucional de República Dominicana confirmara la retirada de la nacionalidad a los nacidos en territorio dominicano cuyos padres estuvieran en situación de irregularidad (en una medida que se hacía retroactiva hasta 1929, por lo que afecta a cuatro generaciones).
Así, ya no es solo que esta comunidad tenga suspendidos los derechos más esenciales (acceso a la educación, a la sanidad, a la vivienda, al registro civil, al voto), sino que la amenaza final es tajante: los no regularizados serán expulsados. Y a un país en el que muchos nunca han estado y donde no conservan ya familia alguna.
Aunque no están solos. Pese a las amenazas, diversos colectivos ciudadanos se han movilizado en su apoyo. El jesuita Mario Serrano es director nacional del Sector Social de la Compañía de Jesús y coordinador del Proyecto Caribe que, a nivel regional, impulsa la congregación.
Este sacerdote dominicano se dedica en cuerpo y alma a una lucha que se inició en 2007, cuando la Junta Electoral Central, encargada de gestionar la documentación, empezó a negársela a quienes eran originarios de inmigrantes en situación de irregularidad (la sentencia del Constitucional no hizo sino refrendar esta acción sin base legal).
El último encuentro fue con la Coordinadora Nacional de Afectados: “Les pregunté cómo se sentían –explica Mario Serrano a Vida Nueva en una reciente cita con él en la sede madrileña de la ONG jesuita Entreculturas, muy movilizada para que se conozca esta situación en España–; afloró un alud de dolor. Se sienten frustrados, pisoteados, como si no fueran personas. Eran un rosario de dolor. Les dije que son hijos de Dios, que los ama y los ha elegido para una misión. Todos tenemos que reclamar justicia. La esperanza empieza ahí”.
Sin embargo, el jesuita admite resignado que, en la propia Iglesia, se refleja la división social y que en la propia Conferencia Episcopal y la Confederación de Religiosos impera el silencio: “Hay miedo a hablar, más en las jerarquías. En Semana Santa nos emociona la imagen de Cristo crucificado. Pero en el fondocosificamos a Jesús… No es una una talla. El Crucificado está hoy en nuestro país en esta gente que tanto sufre. Me duele comprobar esto en la Vida Religiosa. Mis hermanos religiosos no han sacado un comunicado en más de un año sobre el tema. Y la gente nos necesita. Si hay quienes les hacen ver que no son nada, en nosotros está darles un cariño que agradecen con todo su corazón. Debemos recuperar nuestra visión profética”.
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