Les presentamos hoy una poesía de B. González Buelta, S.J. que nos ayude a entrar en el mirar de Dios...
A Noemí, la viuda pobre,
todavía le dolían
los dedos de las manos
cuando depositó en
silencio su ofrenda para los pobres
en el cepillo del templo.
Había trabajado todo el
día
cosechando aceitunas
en el olivar de Sadoc,
un alto funcionario.
Al final de la jornada
pensó que ningún vecino
estaba en apuro urgente.
Ella no había comprado
nada a crédito
en la tienda de Josías.
Su velo descolorido
podía durar más tiempo.
Y no le seducían en el corazón
las baratijas que
anunciaba
el comerciante
sentado en su camello.
Noemí sabía mucho
de hambres hincadas
como un alfiler
en el centro del
estómago,
de deudas enviando
mensajeros
con insistencia y
amenaza,
y de emergencias
repentinas
desequilibrando en un
instante
la frágil existencia.
Por eso dejó con alegría
unos centavos en el
templo,
regalo suyo y de Dios
para un hermano.
Era poco dinero.
Pero era todo para ella.
Y todo el corazón
Quedó abierto
Para todo el don
Que el Dios del Reino le
ofrecía.
B. González Buelta, S.J.
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